Resuenan en baldosas los golpes de tu taco.
Desfilan tus corridas por patios de arrabal.
Se envuelve tu figura con humo de tabaco
y baila en el recuerdo tu bota militar.
Refleja nuevamente tu pelo renegrido
en salas alumbradas con lámparas de gas.
Se pliegan tus quebradas y vuelven del olvido
las notas ligeritas de Arolas y Bazán.
Ramayón, ya no estás con tu noche
tras el blanco calor del pernó.
Ya no pasa trotando tu coche,
ya no brilla tu bota charol.
Y no está con su traje de raso
la que entonces por buena y por leal,
afirmada en tu inmóvil abrazo
fue también tu pareja final.
Aplauden tu elegancia las palmas de otro tiempo.
Las cuerdas empolvadas resuenan otra vez.
Y en el fugaz milagro de un breve encantamiento
reviven las cenizas de todo lo que fue.
Un plomo de venganza te busca de repente.
Se aflojan los resortes violentos del compás.
Se pinta en tu pañuelo la rosa de la muerte
y el tango del destino te marca su final.
Desfilan tus corridas por patios de arrabal.
Se envuelve tu figura con humo de tabaco
y baila en el recuerdo tu bota militar.
Refleja nuevamente tu pelo renegrido
en salas alumbradas con lámparas de gas.
Se pliegan tus quebradas y vuelven del olvido
las notas ligeritas de Arolas y Bazán.
Ramayón, ya no estás con tu noche
tras el blanco calor del pernó.
Ya no pasa trotando tu coche,
ya no brilla tu bota charol.
Y no está con su traje de raso
la que entonces por buena y por leal,
afirmada en tu inmóvil abrazo
fue también tu pareja final.
Aplauden tu elegancia las palmas de otro tiempo.
Las cuerdas empolvadas resuenan otra vez.
Y en el fugaz milagro de un breve encantamiento
reviven las cenizas de todo lo que fue.
Un plomo de venganza te busca de repente.
Se aflojan los resortes violentos del compás.
Se pinta en tu pañuelo la rosa de la muerte
y el tango del destino te marca su final.