(Dedicado a Bautista van Schouwen Vasey -el "Bauchi"-, joven médico y miembro del Comité Central del MIR. Fue detenido por los militares en la Parroquia de los Capuchinos, Santiago de Chile, el día 13 de diciembre de 1973. Durante años se le creyó en poder de la DINA, hasta que el padre Enrique White, testigo de la salvaje tortura a la que fue sometido, dio a conocer que el Bauchi, sin haber entregado ninguna información, fue asesinado al día siguiente de su detención)
Silencioso,
con silencio de piedra submarina,
con la conciencia sometida al hierro,
con la muerte trenzando sus cuchillos,
sintió que se quedaba desvestido
de sangre, de cabellos y de uñas,
de ojos y de piel, como si fueran
un violento equipaje, el único equipaje
o un dosel, un visillo, una terca ventana
que atajaran el ojo a los verdugos
de Bautista van Schouwen, compañeros.
¡Tan callado!
Quién hubiera pensado que pudiera
coronar con silencio su conducta,
recordar a la especie la decencia,
y juntar sobre el cuerpo luminoso
los golpes propinados a su pueblo,
la espina y la cadena.
Ha crecido Bautista van Schouwen para siempre
elevado a semilla frutal que, desde ahora,
nos da la dignidad para hacerla costumbre,
para escribirla en todos los presidios del mundo.
Secando la memoria,
clausurando la boca,
no dijo una palabra ni una fecha,
ni un nombre, ni un país,
ni un río, ni una flor,
ni un bosque, ni una abeja
que sirvieran
de mapa a los verdugos de su pueblo.
Eso es todo.
Así es todo de simple, compañeros.
En el duro momento de los hechos
es tajante como agua de cascada
y declara invencible su silencio,
se doctora en metal enfurecido,
se gradúa de bosque indescifrable.
Se viste de eficacia.
Se acoraza en conciencia.
Ha humillado las garras
que araron en su piel.
Y así es que su tormento se convierte en un surco
y al golpearlo en la tierra
lo dejaron semilla.
Silencioso,
con silencio de piedra submarina,
con la conciencia sometida al hierro,
con la muerte trenzando sus cuchillos,
sintió que se quedaba desvestido
de sangre, de cabellos y de uñas,
de ojos y de piel, como si fueran
un violento equipaje, el único equipaje
o un dosel, un visillo, una terca ventana
que atajaran el ojo a los verdugos
de Bautista van Schouwen, compañeros.
¡Tan callado!
Quién hubiera pensado que pudiera
coronar con silencio su conducta,
recordar a la especie la decencia,
y juntar sobre el cuerpo luminoso
los golpes propinados a su pueblo,
la espina y la cadena.
Ha crecido Bautista van Schouwen para siempre
elevado a semilla frutal que, desde ahora,
nos da la dignidad para hacerla costumbre,
para escribirla en todos los presidios del mundo.
Secando la memoria,
clausurando la boca,
no dijo una palabra ni una fecha,
ni un nombre, ni un país,
ni un río, ni una flor,
ni un bosque, ni una abeja
que sirvieran
de mapa a los verdugos de su pueblo.
Eso es todo.
Así es todo de simple, compañeros.
En el duro momento de los hechos
es tajante como agua de cascada
y declara invencible su silencio,
se doctora en metal enfurecido,
se gradúa de bosque indescifrable.
Se viste de eficacia.
Se acoraza en conciencia.
Ha humillado las garras
que araron en su piel.
Y así es que su tormento se convierte en un surco
y al golpearlo en la tierra
lo dejaron semilla.