Te ví en el corazón de aquel disco que giraba
empañando los cristales con acordes de Tom Waits.
En el humo de la noche tu cuerpo se desnudaba
y rodaban por el suelo las fronteras de tu piel.
Planeaste un viaje "al moro" mirando por la ventana
cómo las gotas de lluvia desgarraban la ciudad,
y volviste sonriendo a meterte en la cama
y la luna de madrugada se durmió en tu paladar.
Entre versos de Allen Ginsberg ensuciando nuestra almohada
renunciamos a ser tristes prometiéndonos mañana.
Y la eternidad duró
lo que dura un fin de semana.
Llenamos nuestras bocas con millones de deseos
y drogamos nuestros cuerpos con poemas de William Blake.
Aquel era el principio del camino del exceso
y aprendimos la respuesta al enigma del querer.
"Lléname de tus historias, que se detengan las horas.
Regálame la llave de tu imaginación.
Ojalá la vida fueran sólo estas pequeñas cosas.
Ojalá el mundo existiera sólo en esta habitación".
"El viaje más infinito que te puedo prometer
llega sólo hasta el domingo más triste de cada mes".
Algo se rompió en silencio.
Empezaba a amanecer.
Te vestías muy tranquila y yo cogí la guitarra.
"Quizá sea ésta la última canción que cantaré".
De tu viaje al fin del mundo yo no quise saber nada.
De mis noches sin futuro te negaste a conocer.
Y en el autobús de vuelta mirabas por la ventana
memorizando el paisaje que no volverías a ver.
En la puerta de tu casa no hizo falta decir nada.
"No me mientas, no me digas nunca te olvidaré".
Y entre calles solitarias recuerdo aquel par de días
maldiciendo cada lunes con toda su realidad.
Qué puta es la vida a veces,
y otras qué de verdad.
empañando los cristales con acordes de Tom Waits.
En el humo de la noche tu cuerpo se desnudaba
y rodaban por el suelo las fronteras de tu piel.
Planeaste un viaje "al moro" mirando por la ventana
cómo las gotas de lluvia desgarraban la ciudad,
y volviste sonriendo a meterte en la cama
y la luna de madrugada se durmió en tu paladar.
Entre versos de Allen Ginsberg ensuciando nuestra almohada
renunciamos a ser tristes prometiéndonos mañana.
Y la eternidad duró
lo que dura un fin de semana.
Llenamos nuestras bocas con millones de deseos
y drogamos nuestros cuerpos con poemas de William Blake.
Aquel era el principio del camino del exceso
y aprendimos la respuesta al enigma del querer.
"Lléname de tus historias, que se detengan las horas.
Regálame la llave de tu imaginación.
Ojalá la vida fueran sólo estas pequeñas cosas.
Ojalá el mundo existiera sólo en esta habitación".
"El viaje más infinito que te puedo prometer
llega sólo hasta el domingo más triste de cada mes".
Algo se rompió en silencio.
Empezaba a amanecer.
Te vestías muy tranquila y yo cogí la guitarra.
"Quizá sea ésta la última canción que cantaré".
De tu viaje al fin del mundo yo no quise saber nada.
De mis noches sin futuro te negaste a conocer.
Y en el autobús de vuelta mirabas por la ventana
memorizando el paisaje que no volverías a ver.
En la puerta de tu casa no hizo falta decir nada.
"No me mientas, no me digas nunca te olvidaré".
Y entre calles solitarias recuerdo aquel par de días
maldiciendo cada lunes con toda su realidad.
Qué puta es la vida a veces,
y otras qué de verdad.