Allí amé a una mujer terrilble
llorando por el humo siempre eterno
de aquella ciudad acorralada por símbolos de invierno.
Allí aprendí a quitar con piel el frío
y echar luego mi cuerpo a la llovizna,
en manos de la niebla dura y blanca,
por calles del enigma.
Eso no está muerto,
no me lo mataron
ni con la distancia
ni con el vil soldado.
Allí entre los cerros, tuve amigos
que entre bombas de humo eran hermanos.
Allí yo tuve más de cuatro cosas
que siempre he deseado.
Allí nuestra canción se hizo pequeña
entre la multitud desesperada:
un poderoso canto de la tierra
era quien más cantaba.
Eso no está muerto,
no me lo mataron
ni con la distancia
ni con el vil soldado.
Hasta allí me seguió, como una sombra,
el rosto del que ya no se veia,
y en el oído me susurró la muerte
que ya aparecería.
Allí yo tuve un odio, una vergüenza:
niños mendigos de la madrugada,
y el deseo de cambiar cada cuerda
por un saco de balas.
Eso no está muerto,
no me lo mataron
ni con la distancia
ni con el vil soldado.
llorando por el humo siempre eterno
de aquella ciudad acorralada por símbolos de invierno.
Allí aprendí a quitar con piel el frío
y echar luego mi cuerpo a la llovizna,
en manos de la niebla dura y blanca,
por calles del enigma.
Eso no está muerto,
no me lo mataron
ni con la distancia
ni con el vil soldado.
Allí entre los cerros, tuve amigos
que entre bombas de humo eran hermanos.
Allí yo tuve más de cuatro cosas
que siempre he deseado.
Allí nuestra canción se hizo pequeña
entre la multitud desesperada:
un poderoso canto de la tierra
era quien más cantaba.
Eso no está muerto,
no me lo mataron
ni con la distancia
ni con el vil soldado.
Hasta allí me seguió, como una sombra,
el rosto del que ya no se veia,
y en el oído me susurró la muerte
que ya aparecería.
Allí yo tuve un odio, una vergüenza:
niños mendigos de la madrugada,
y el deseo de cambiar cada cuerda
por un saco de balas.
Eso no está muerto,
no me lo mataron
ni con la distancia
ni con el vil soldado.