En el reseco desierto de Tamarugal, donde los resplandores de la tierra le queman a uno los ojos, he sido testigo del arrasamiento de Tarapacá. Aquí había 125 oficinas salitreras en la época del auge y ahora sólo queda una en funcionamiento.
En la pampa no hay humedad ni polillas, de modo que no sólo se vendieron las máquinas como chatarra, sino también las tablas de pino de Oregón, de las mejores casas, las planchas de calamina y hasta los pernos y clavos intactos. Surgieron obreros especializados en desarmar pueblos, eran los únicos que conseguían trabajo en estas inmensidades arrasadas o abandonadas.
He visto los escombros y los agujeros, los pueblos fantasmas, las vías muertas de la Nitrate Railways, los hilos ya mudos de los telégrafos, los esqueletos de las oficinas salitreras despedazadas por el bombardeo de los años, las cruces de los cementerios que el viento frío golpea por las noches, los cielos blanquecinos que los desperdicios del caliche habían ido irguiendo junto a las excavaciones.
"Aquí corría el dinero y todos creían que no se terminaría nunca" -Me han contado los lugareños que sobreviven-
El pasado parece un paraíso por oposición al presente y hasta los domingos, que en 1889, todavía no existían para los trabajadores y que luego fueron conquistados a brazo partido por la lucha gremial, se recuerdan con todos los fulgores. "Cada domingo en la pampa salitrera" -me contaba un viejo, muy viejo- "era para nosotros una fiesta nacional, un nuevo 18 de septiembre cada semana.
Iquique, el mayor puerto del salitre, puerto de primavera, según su galardón oficial, había sido el escenario de más de una matanza de obreros, pero a su Teatro Municipal, de estilo Belle Époque, llegaban las mejores cantantes de la época europea antes que a Santiago.
El fantasma del hambre amenazaba al Viejo Continente y el salitre peruano sería la solución al contingente. Tarapacá y Antofagasta recordaban sus años de Plata y los préstamos ingleses su futuro hipotecaban.
El guano servía de garantía contra empréstitos británicos, Europa jugaba con los precios, los exportadores hacen estragos.
En una maldición el hombre convirtió lo que la naturaleza le había dado y en la Pampa Salitrera, los obreros siguen siendo esclavos.
Y nuestra tierra seguía sangrando y los de siempre seguían explotando.
Del Pacífico teñido de sangre sólo queda el recuerdo y el hambre.
A la mínima maniobra el ejército de Chile había ocupado y la guerra del ´79 los dejó al borde del colapso, pero los ganadores ya habían sido derrotados por los Banqueros Ingleses que las salitreras habían comprado. Tras la Guerra del Pacífico Chile detentaba el monopolio de nitratos pero Liverpool Nitrate Company era quien estaba cobrando, más tarde el descubrimiento del salitre sintético los dejó arruinados pero la subordinación colonial en nada se ha alterado.
Y nuestra tierra sigue sangrando y los de siempre siguen explotados.
Del Pacífico teñido de sangre sólo queda el recuerdo y el hambre.
La estructura colonial en nada ha cambiado... Nuestras lágrimas riegan el suelo que mañana gritará emancipado.
Y nuestra tierra sigue sangrando y los de siempre siguen explotados.
Del Pacífico teñido de sangre sólo queda el recuerdo y el hambre.
En la pampa no hay humedad ni polillas, de modo que no sólo se vendieron las máquinas como chatarra, sino también las tablas de pino de Oregón, de las mejores casas, las planchas de calamina y hasta los pernos y clavos intactos. Surgieron obreros especializados en desarmar pueblos, eran los únicos que conseguían trabajo en estas inmensidades arrasadas o abandonadas.
He visto los escombros y los agujeros, los pueblos fantasmas, las vías muertas de la Nitrate Railways, los hilos ya mudos de los telégrafos, los esqueletos de las oficinas salitreras despedazadas por el bombardeo de los años, las cruces de los cementerios que el viento frío golpea por las noches, los cielos blanquecinos que los desperdicios del caliche habían ido irguiendo junto a las excavaciones.
"Aquí corría el dinero y todos creían que no se terminaría nunca" -Me han contado los lugareños que sobreviven-
El pasado parece un paraíso por oposición al presente y hasta los domingos, que en 1889, todavía no existían para los trabajadores y que luego fueron conquistados a brazo partido por la lucha gremial, se recuerdan con todos los fulgores. "Cada domingo en la pampa salitrera" -me contaba un viejo, muy viejo- "era para nosotros una fiesta nacional, un nuevo 18 de septiembre cada semana.
Iquique, el mayor puerto del salitre, puerto de primavera, según su galardón oficial, había sido el escenario de más de una matanza de obreros, pero a su Teatro Municipal, de estilo Belle Époque, llegaban las mejores cantantes de la época europea antes que a Santiago.
El fantasma del hambre amenazaba al Viejo Continente y el salitre peruano sería la solución al contingente. Tarapacá y Antofagasta recordaban sus años de Plata y los préstamos ingleses su futuro hipotecaban.
El guano servía de garantía contra empréstitos británicos, Europa jugaba con los precios, los exportadores hacen estragos.
En una maldición el hombre convirtió lo que la naturaleza le había dado y en la Pampa Salitrera, los obreros siguen siendo esclavos.
Y nuestra tierra seguía sangrando y los de siempre seguían explotando.
Del Pacífico teñido de sangre sólo queda el recuerdo y el hambre.
A la mínima maniobra el ejército de Chile había ocupado y la guerra del ´79 los dejó al borde del colapso, pero los ganadores ya habían sido derrotados por los Banqueros Ingleses que las salitreras habían comprado. Tras la Guerra del Pacífico Chile detentaba el monopolio de nitratos pero Liverpool Nitrate Company era quien estaba cobrando, más tarde el descubrimiento del salitre sintético los dejó arruinados pero la subordinación colonial en nada se ha alterado.
Y nuestra tierra sigue sangrando y los de siempre siguen explotados.
Del Pacífico teñido de sangre sólo queda el recuerdo y el hambre.
La estructura colonial en nada ha cambiado... Nuestras lágrimas riegan el suelo que mañana gritará emancipado.
Y nuestra tierra sigue sangrando y los de siempre siguen explotados.
Del Pacífico teñido de sangre sólo queda el recuerdo y el hambre.