Esos tallos de metal que soportan dos jazmines,
pendulares arlequines que acompañan el andar,
que parecuna tibia o herramientas de combate
son los brazos de mi padre que se van a trabajar.
Una torre de Babel por los dos edificada
mostrarían si sumaran sus cansancios de hasta ayer,
pero como cada piedra les fue siempre arrebatada
no le quedan más que llagas como testimonio cruel.
Pero en la cintura de mi madre
mucho antes de yo verlos como ramas fragantes
estarían prodigándome un abrazo de tarde en tarde.
Y con su fatiga silenciosa en el abrazo acunándome
y empujándome la voz,
empujándome la voz,
empujándome la voz para cantarles.
Si se pudiera escuchar lo que por su fibra estalla,
lo que la paciencia calla y la lengua no dirá,
los milagros bajarían a los límites humanos
en la furia de unas manos que no dejan de luchar.
Esos tallos de metal que soportan dos jazmines,
pendulares arlequines que acompañan el andar,
que parecen cuna tibia o herramientas de combate
son los brazos de mi padre que se van a trabajar.
Y allá en la cintura de mi madre
mucho antes de yo verlos como ramas fragantes
estarían prodigándome un abrazo de tarde en tarde
Y con su fatiga silenciosa en el abrazo acunándome
y empujándome la voz,
empujándome la voz,
empujándome la voz para cantarles.
pendulares arlequines que acompañan el andar,
que parecuna tibia o herramientas de combate
son los brazos de mi padre que se van a trabajar.
Una torre de Babel por los dos edificada
mostrarían si sumaran sus cansancios de hasta ayer,
pero como cada piedra les fue siempre arrebatada
no le quedan más que llagas como testimonio cruel.
Pero en la cintura de mi madre
mucho antes de yo verlos como ramas fragantes
estarían prodigándome un abrazo de tarde en tarde.
Y con su fatiga silenciosa en el abrazo acunándome
y empujándome la voz,
empujándome la voz,
empujándome la voz para cantarles.
Si se pudiera escuchar lo que por su fibra estalla,
lo que la paciencia calla y la lengua no dirá,
los milagros bajarían a los límites humanos
en la furia de unas manos que no dejan de luchar.
Esos tallos de metal que soportan dos jazmines,
pendulares arlequines que acompañan el andar,
que parecen cuna tibia o herramientas de combate
son los brazos de mi padre que se van a trabajar.
Y allá en la cintura de mi madre
mucho antes de yo verlos como ramas fragantes
estarían prodigándome un abrazo de tarde en tarde
Y con su fatiga silenciosa en el abrazo acunándome
y empujándome la voz,
empujándome la voz,
empujándome la voz para cantarles.