Grandes guerras se publican entre España y Portugal
y al conde Flores le llevan de capitán general.
La condesa, que lo supo, no dejaba de llorar:
- Decidme, por Dios, el Conde, cuanto tiempo faltarás.
- Condesa, no cuentes días; por años hay que contar.
Si a los siete años no vuelvo, condesa, te casarás.
Pasan siete, pasan ocho, pero el Conde no vendá
y llorando la condesa, pasa así su soledad.
Estando en su estancia un día, su padre la vino a hablar:
- Cartas del Conde no llegan, hija, te debes casar.
- No lo querá el Dios del cielo, ni la Santa Trinidad;
mientras mi marido viva, no me puedo desposar.
Dadme licencia, mi padre, para el Conde ir a buscar.
- Mi licencia tienes, hija; cúmplase tu voluntad.
Se quita el rico vestido, se pone un tosco sayal,
coge un bastón en su mano y se va a peregrinar.
Anduvo de villa en villa y de ciudad en ciudad,
anduvo tierras y tierras, no pudo al Conde encontrar.
Estando desesperada, ya pensaba en regresar,
cuando gran rebaño, un día, halló en un ancho pinar.
- Pastorcito, pastorcito, por la Santa Trinidad,
que me niegues la mentira y me digas la verdad.
¿De quién es este rebaño, con tanto hierro y señal?
- Del Conde Flores, romera, que hoy está para casar.
¿En dónde vive ese Conde? ¿En dónde le podré hallar?
- En aquel alto palacio, en aquel palacio real.
Ha llegado hasta la puerta, y al Conde se fue a enontrar.
- Dadme limosna, buen Conde, por Dios o por caridad.
Metió la mano en su bolsa, un real de plata le da.
- ¡Qué corta limosna es ésta, para la que solía dar1
- ¿De dónde es la peregrina? ¿De qué tierra y qué ciudad?
- De la ciudad de Sevilla y de España natural.
- Diga, diga la romera, qué se cuenta por allá.
- Que el Conde Flores no ha vuelto y su mujer le ha ido a buscar.
- ¿Quién eres tú, peregrina, que tantas señas me das?
- ¿No me conoces, buen Conde?. Pues mira y conoceás
el anillo que me diste el día de desposar.
Al oir estas palabras, cae desmayado hacia atrás.
Ni con agua ni con vino le podían levantar
si no es con dulces palabras que la romera le da.
Arriba llora la novia en un alto ventanal;
- Malhaya la romerita, quién la trajo para acá.
- No la maldiga ninguno que es mi mujer natural;
con ella vuelvo a mi tierra; con Dios, señores, quedad
que los amores primeros son muy malos de olvidar.
y al conde Flores le llevan de capitán general.
La condesa, que lo supo, no dejaba de llorar:
- Decidme, por Dios, el Conde, cuanto tiempo faltarás.
- Condesa, no cuentes días; por años hay que contar.
Si a los siete años no vuelvo, condesa, te casarás.
Pasan siete, pasan ocho, pero el Conde no vendá
y llorando la condesa, pasa así su soledad.
Estando en su estancia un día, su padre la vino a hablar:
- Cartas del Conde no llegan, hija, te debes casar.
- No lo querá el Dios del cielo, ni la Santa Trinidad;
mientras mi marido viva, no me puedo desposar.
Dadme licencia, mi padre, para el Conde ir a buscar.
- Mi licencia tienes, hija; cúmplase tu voluntad.
Se quita el rico vestido, se pone un tosco sayal,
coge un bastón en su mano y se va a peregrinar.
Anduvo de villa en villa y de ciudad en ciudad,
anduvo tierras y tierras, no pudo al Conde encontrar.
Estando desesperada, ya pensaba en regresar,
cuando gran rebaño, un día, halló en un ancho pinar.
- Pastorcito, pastorcito, por la Santa Trinidad,
que me niegues la mentira y me digas la verdad.
¿De quién es este rebaño, con tanto hierro y señal?
- Del Conde Flores, romera, que hoy está para casar.
¿En dónde vive ese Conde? ¿En dónde le podré hallar?
- En aquel alto palacio, en aquel palacio real.
Ha llegado hasta la puerta, y al Conde se fue a enontrar.
- Dadme limosna, buen Conde, por Dios o por caridad.
Metió la mano en su bolsa, un real de plata le da.
- ¡Qué corta limosna es ésta, para la que solía dar1
- ¿De dónde es la peregrina? ¿De qué tierra y qué ciudad?
- De la ciudad de Sevilla y de España natural.
- Diga, diga la romera, qué se cuenta por allá.
- Que el Conde Flores no ha vuelto y su mujer le ha ido a buscar.
- ¿Quién eres tú, peregrina, que tantas señas me das?
- ¿No me conoces, buen Conde?. Pues mira y conoceás
el anillo que me diste el día de desposar.
Al oir estas palabras, cae desmayado hacia atrás.
Ni con agua ni con vino le podían levantar
si no es con dulces palabras que la romera le da.
Arriba llora la novia en un alto ventanal;
- Malhaya la romerita, quién la trajo para acá.
- No la maldiga ninguno que es mi mujer natural;
con ella vuelvo a mi tierra; con Dios, señores, quedad
que los amores primeros son muy malos de olvidar.