Un rey tenía una hija; como al alma la quería,
también la quiere Don Juan, para un hijo que tenía.
Para el hijo la demanda, pero para él la quería.
Su padre que aquello supo, casamiento la traía
con un mercader muy rico, que de las Indias venía.
Esto que escuchó Don Juan, para las Indias se iba,
y a la calle de su dama, dio su última visita.
- Adiós Angela la aurora, adiós Angela Mejías,
yo no te podré olvidar en lo que en el mundo viva.
- Adiós Don Juan de mi alma; adiós don Juan de mi vida,
mis bodas se han de poner, el jueves a mediodía,
y mis bodas y mi muerte, todo ha de ser en un día.
Acabada de comer, hacia su cuarto se iba;
delante del Santo Cristo, allí se hincó de rodillas
a pedirle allí la muerte, antes que fuera vencida.
Tan fuerte se lo pidió, que allí se queda tendida.
El mercader, entretanto, de los salones venía,
y al ver que no la encontraba, a sus cuartos se retira.
Nada más abrir la puerta, allí la encontró tendida.
El mercader que esto vio, desmayado se caía,
y una vez que volvió en sí, estas palabras decía:
- Eso lo decía yo: eso yo bien lo decía,
que no estaba para mí esa rosa tan florida.
A eso de los siete meses, Don Juan por allí volvía
y a la calle de su dama, hizo la primer visita.
Todo lo encontró cerrado, ventanas y celosías,
y en la ventana más alta, había una blanca niña,
toda vestida de luto, hasta el clavel que traía.
- Dime tú, la niña blanca, dime tú la blanca niña,
¿por quién guardas tanto luto, que tan bien me parecías?
- Por Doña Angela, la aurora; por Doña Angela Mejías.
Por Doña Angela la aurora, la que usted tanto quería.
- Dime tú, la niña blanca, dime tú la blanca niña
a dónde estará enterrada, Doña Angela Mejías
que quiero hacerla oración, la mayor parte del día.
- Al pie del altar mayor, allá arriba en la capilla;
al pie del altar mayor, donde la Virgen María.
Sacó un dorado puñal de su delgada pretina
para matarse con él, para hacerla compañía.
La Virgen que aquesto vio, echó su cortina arriba:
- No quiero que se me mate un devoto que tenía.
Que quiero que resucite la que está muerta: que viva.
Se levantó sonriendo, que de la tierra salía;
salieron sus manos blancas como las del primer día.
El mercader que esto supo, juicio oficial les ponía;
pleitos van y pleitos vienen, ya resuelve la Justicia:
- Que se la den a Don Juan, que Don Juan la merecía
que quien la quiso de muerta, también la querá de viva.
también la quiere Don Juan, para un hijo que tenía.
Para el hijo la demanda, pero para él la quería.
Su padre que aquello supo, casamiento la traía
con un mercader muy rico, que de las Indias venía.
Esto que escuchó Don Juan, para las Indias se iba,
y a la calle de su dama, dio su última visita.
- Adiós Angela la aurora, adiós Angela Mejías,
yo no te podré olvidar en lo que en el mundo viva.
- Adiós Don Juan de mi alma; adiós don Juan de mi vida,
mis bodas se han de poner, el jueves a mediodía,
y mis bodas y mi muerte, todo ha de ser en un día.
Acabada de comer, hacia su cuarto se iba;
delante del Santo Cristo, allí se hincó de rodillas
a pedirle allí la muerte, antes que fuera vencida.
Tan fuerte se lo pidió, que allí se queda tendida.
El mercader, entretanto, de los salones venía,
y al ver que no la encontraba, a sus cuartos se retira.
Nada más abrir la puerta, allí la encontró tendida.
El mercader que esto vio, desmayado se caía,
y una vez que volvió en sí, estas palabras decía:
- Eso lo decía yo: eso yo bien lo decía,
que no estaba para mí esa rosa tan florida.
A eso de los siete meses, Don Juan por allí volvía
y a la calle de su dama, hizo la primer visita.
Todo lo encontró cerrado, ventanas y celosías,
y en la ventana más alta, había una blanca niña,
toda vestida de luto, hasta el clavel que traía.
- Dime tú, la niña blanca, dime tú la blanca niña,
¿por quién guardas tanto luto, que tan bien me parecías?
- Por Doña Angela, la aurora; por Doña Angela Mejías.
Por Doña Angela la aurora, la que usted tanto quería.
- Dime tú, la niña blanca, dime tú la blanca niña
a dónde estará enterrada, Doña Angela Mejías
que quiero hacerla oración, la mayor parte del día.
- Al pie del altar mayor, allá arriba en la capilla;
al pie del altar mayor, donde la Virgen María.
Sacó un dorado puñal de su delgada pretina
para matarse con él, para hacerla compañía.
La Virgen que aquesto vio, echó su cortina arriba:
- No quiero que se me mate un devoto que tenía.
Que quiero que resucite la que está muerta: que viva.
Se levantó sonriendo, que de la tierra salía;
salieron sus manos blancas como las del primer día.
El mercader que esto supo, juicio oficial les ponía;
pleitos van y pleitos vienen, ya resuelve la Justicia:
- Que se la den a Don Juan, que Don Juan la merecía
que quien la quiso de muerta, también la querá de viva.