Estando un día la Virgen ocupada en su ejercicio
leyendo las profecías en que Isaías ha dicho:
¡Concebiá una doncella, pariá el Verbo divino¡,
hincándose de rodillas, de aquesta manera dijo:
- Quién seá aquella señora, quién la hubiera conocido.
Estando en estas palabras vio entrar un paraninfo
forma de un mancebo joven, dispuesto y bien parecido.
Traía cadenas de oro y un arrogante vestido;
traía una cruz en el pecho, engarzada de oro fino.
Hincándose de rodillas de aquesta manera dijo:
- María, llena de gracia, el Señor está contigo.
Yo soy el ángel Gabriel, que vengo del cielo empíreo
a traer una embajada que os envía el Rey divino.
Sabed que concebiréis; que habéis de tener un hijo
que en la casa de Jacob reinará en eternos siglos.
Quedó turbada la Virgen y al ángel le ha respondido
- Yo no conozco varón, ni nunca lo he conocido.
¿Cómo tengo de ser madre?. Y el ángel le ha respondido:
- No hay nada imposible a Dios, el espíritu divino.
- Cúmplanse en mí tus palabras, altísimo Rey divino.
Quedó el vientre de María, más rico que el cielo empíreo.
De su purísima sangre, con un cuerpo pequeñito
crió un alma tan perfecta, y la unió a la de este niño.
Diez mil ángeles custodios para su guardia han venido.
Visitó a Santa Isabel, luego que a su casa vino.
Reparó un día José el vientre tan acrecido
de su esposa y asustado, decía consigo mismo:
- Inmenso Dios de Israel, Señor, ¿qué es esto que miro?
Ver a mi esposa preñada. Ah, qué misterio divino.
Si hay misterio no lo sé, ni mi esposa me lo ha dicho;
quiero ausentarme y dejarla, donde no sea conocido.
Rogaré a Dios la defienda del mundo y sus enemigos.
Y si me voy sin María, ¿a quién llevaré conmigo?
Muchacha joven, sin padre, que dolor tan expresivo.
¿Cómo viviré sin ver aquellos ojos divinos,
aquel mirar halagüeño, aquel rostro cristalino?
¡Yo, sospechar en María!. Admira a Dios el decirlo,
y que no puedo creerlo, de pensarlo estoy corrido.
Pero todo pesa menos que ver en mi esposa un hijo.
Se retiró a su aposento y luego se quedó dormido.
La Virgen que no ignoraba de San José los destinos
se retiró a su oratorio; postrada en el suelo dijo:
- Dulce hijo de mi vida, no estará bien hijo mio,
vuestra madre sin esposo; Vos, sin padre putativo.
En esto entró San Gabriel en su aposento y le dijo:
- Despierta José y levanta, que grande dicha has tenido,
que el preñado de tu esposa, es por misterio divino.
Que a salvar al mundo viene, el Mesías prometido.
Ponle por nombre Jesús. Quedó José agradecido.
Se fue al cuarto de su esposa y en un resplandor la ha visto
Hincándose de rodillas de aquesta manera dijo:
- Esposa del alma mía, ¿de dónde yo he merecido
tener esposa tan santa, y ser padre putativo?
- Has de perdonar José, lo desatenta que he sido,
porque no estaba en mi mano la licencia de decirlo.
leyendo las profecías en que Isaías ha dicho:
¡Concebiá una doncella, pariá el Verbo divino¡,
hincándose de rodillas, de aquesta manera dijo:
- Quién seá aquella señora, quién la hubiera conocido.
Estando en estas palabras vio entrar un paraninfo
forma de un mancebo joven, dispuesto y bien parecido.
Traía cadenas de oro y un arrogante vestido;
traía una cruz en el pecho, engarzada de oro fino.
Hincándose de rodillas de aquesta manera dijo:
- María, llena de gracia, el Señor está contigo.
Yo soy el ángel Gabriel, que vengo del cielo empíreo
a traer una embajada que os envía el Rey divino.
Sabed que concebiréis; que habéis de tener un hijo
que en la casa de Jacob reinará en eternos siglos.
Quedó turbada la Virgen y al ángel le ha respondido
- Yo no conozco varón, ni nunca lo he conocido.
¿Cómo tengo de ser madre?. Y el ángel le ha respondido:
- No hay nada imposible a Dios, el espíritu divino.
- Cúmplanse en mí tus palabras, altísimo Rey divino.
Quedó el vientre de María, más rico que el cielo empíreo.
De su purísima sangre, con un cuerpo pequeñito
crió un alma tan perfecta, y la unió a la de este niño.
Diez mil ángeles custodios para su guardia han venido.
Visitó a Santa Isabel, luego que a su casa vino.
Reparó un día José el vientre tan acrecido
de su esposa y asustado, decía consigo mismo:
- Inmenso Dios de Israel, Señor, ¿qué es esto que miro?
Ver a mi esposa preñada. Ah, qué misterio divino.
Si hay misterio no lo sé, ni mi esposa me lo ha dicho;
quiero ausentarme y dejarla, donde no sea conocido.
Rogaré a Dios la defienda del mundo y sus enemigos.
Y si me voy sin María, ¿a quién llevaré conmigo?
Muchacha joven, sin padre, que dolor tan expresivo.
¿Cómo viviré sin ver aquellos ojos divinos,
aquel mirar halagüeño, aquel rostro cristalino?
¡Yo, sospechar en María!. Admira a Dios el decirlo,
y que no puedo creerlo, de pensarlo estoy corrido.
Pero todo pesa menos que ver en mi esposa un hijo.
Se retiró a su aposento y luego se quedó dormido.
La Virgen que no ignoraba de San José los destinos
se retiró a su oratorio; postrada en el suelo dijo:
- Dulce hijo de mi vida, no estará bien hijo mio,
vuestra madre sin esposo; Vos, sin padre putativo.
En esto entró San Gabriel en su aposento y le dijo:
- Despierta José y levanta, que grande dicha has tenido,
que el preñado de tu esposa, es por misterio divino.
Que a salvar al mundo viene, el Mesías prometido.
Ponle por nombre Jesús. Quedó José agradecido.
Se fue al cuarto de su esposa y en un resplandor la ha visto
Hincándose de rodillas de aquesta manera dijo:
- Esposa del alma mía, ¿de dónde yo he merecido
tener esposa tan santa, y ser padre putativo?
- Has de perdonar José, lo desatenta que he sido,
porque no estaba en mi mano la licencia de decirlo.