Sabemos que las buenas palabras son el maquillaje más habitual utilizado por la mentira para de este modo mostrarse atractiva. Sabemos que esos a los que llaman creadores de opinión, expertos tertulianos, rigurosos historiadores son la voz de su amo, la voz de la que nos sentimos esclavos. Sabemos ya que quienes han hecho de cientos, de miles, de millones de mentiras una profesión altamente rentable temen llamar a las cosas por su nombre. Nos dicen la verdad es una, la verdad es una y nada más que una. Una sola porque existe una sola España, una sola, porque una sola es su historia. Una sola forma de escribirla, una sola forma de escribirla y contarla. Un solo y único discurso y aquel que se mueva, no sale en la foto. A las cosas por su nombre. A las cosas por su nombre. La monarquía española es la más directa herencia del franquismo. La transición a la democracia el ejemplo perfecto del fiel continuismo. Adaptarse a los nuevos tiempos exigía esa amnesia que llaman consenso. Los partidos de izquierda dejaban de serlo. Los de derecha decían ser de centro. Los sindicatos mayoritarios, culpables de la mayor de las traiciones cometida a los trabajadores, pasaban a convertirse en funcionarios. Y la constitución española, cadena que aprieta, cadena que ahoga. Cadena del todo todopoderosa. La norma suprema. La ciega obediencia. Elegimos de quién ser esclavos y desde qué lado nos vendrán los palos. Sufrimos el terror del trabajo a la vez que sufrimos el terror del Mercado. El poder sigue en las mismas manos. Los que ayer lo tuvieron hoy lo siguen teniendo. El ejército está vigilando lo que un día quedaba atado y bien atado.A las cosas por su nombre. A las cosas por su nombre. La bandera española es la bandera fascista. El ejército español el ejército fascista. La policía española, la policía fascista. La clase política, la clase fascista. Por su nombre. A las cosas por su nombre. A las cosas por su nombre.