Clara c**plió los treinta años
sin salir de la casa de sus papás.
En su jardín y en su cuarto
todo tenía el tono de su intimidad.
Nunca tuvo más amiga
que su sed de conocer
y los días se sucedían
monótonos, hasta que él
vino a aparecer.
Clara no lo conocía,
nunca le miró rondando
por ahí.
Simplemente apareció
cuando llamó a la puerta
preguntando así:
- Linda, ¿no está Doña Aurora?
Oiga, ¿la podría esperar?
Era un sobrino del pueblo
y ella, sin pensarlo,
lo dejó pasar.
Le abrió con el portón,
su corazón y mientras esperaban,
ella empezó mostrándole
la casa, buscando un tema
para conversar.
Lo sentó en un sillón
y él observó y a veces
escuchaba el natural sonido
de esa charla,
en que se dejaba oír la soledad.
Mientras pasaba la tarde,
seguían esperando a la Doña llegar.
Con seguridad se habría
quedado con su esposo allá
en el hospital,
Don Samuel seguiría enfermo.
Tardaban tanto en volver,
que ella le mostró su patio,
su jardín, sus flores
y él los quiso ver.
Clara le contó de cosas
que entre la familia tuvo que esconder:
su papá se imaginaba gente de la casa
que habla con él.
Cuando al fin cayó la noche
y la tía no apareció,
ella le mostró su cuarto
y él interesado en éste se quedó.
Él se paró detrás y comenzó
besándola en el cuello,
mientras ella se desató en silencio
el largo atuendo de su soledad.
Se dijeron los dos
cosas que sólo dicen los amantes,
frases privadas que tan hoy,
como antes,
tan sólo se debieran murmurar.
Y ella se le rindió a la media noche
y él cobró el trofeo
y le contó que sólo
era el deseo
y que había sido invitado a pasar.
Para cuando amanecía
alguien llamó a la puerta
de su habitación,
él se cubrió con las mantas
y ella abrió la puerta que da al corredor.
Su mamá y su padre enfermo
le hallaron desnuda y de pie,
estaba sola en su cuarto.
¿Se estará enfermando Clarita también?
Clara se estremeció
cuando ella le llamó,
pero él no estaba
ni su calor, ni su aroma, ni nada.
Nunca se oyó más sin razón su voz.
Pensaría que se fue,
se fue como los sueños de mañana,
cuando la luz se cuela en la ventana
y nos haría pensar, que no ocurrió.
sin salir de la casa de sus papás.
En su jardín y en su cuarto
todo tenía el tono de su intimidad.
Nunca tuvo más amiga
que su sed de conocer
y los días se sucedían
monótonos, hasta que él
vino a aparecer.
Clara no lo conocía,
nunca le miró rondando
por ahí.
Simplemente apareció
cuando llamó a la puerta
preguntando así:
- Linda, ¿no está Doña Aurora?
Oiga, ¿la podría esperar?
Era un sobrino del pueblo
y ella, sin pensarlo,
lo dejó pasar.
Le abrió con el portón,
su corazón y mientras esperaban,
ella empezó mostrándole
la casa, buscando un tema
para conversar.
Lo sentó en un sillón
y él observó y a veces
escuchaba el natural sonido
de esa charla,
en que se dejaba oír la soledad.
Mientras pasaba la tarde,
seguían esperando a la Doña llegar.
Con seguridad se habría
quedado con su esposo allá
en el hospital,
Don Samuel seguiría enfermo.
Tardaban tanto en volver,
que ella le mostró su patio,
su jardín, sus flores
y él los quiso ver.
Clara le contó de cosas
que entre la familia tuvo que esconder:
su papá se imaginaba gente de la casa
que habla con él.
Cuando al fin cayó la noche
y la tía no apareció,
ella le mostró su cuarto
y él interesado en éste se quedó.
Él se paró detrás y comenzó
besándola en el cuello,
mientras ella se desató en silencio
el largo atuendo de su soledad.
Se dijeron los dos
cosas que sólo dicen los amantes,
frases privadas que tan hoy,
como antes,
tan sólo se debieran murmurar.
Y ella se le rindió a la media noche
y él cobró el trofeo
y le contó que sólo
era el deseo
y que había sido invitado a pasar.
Para cuando amanecía
alguien llamó a la puerta
de su habitación,
él se cubrió con las mantas
y ella abrió la puerta que da al corredor.
Su mamá y su padre enfermo
le hallaron desnuda y de pie,
estaba sola en su cuarto.
¿Se estará enfermando Clarita también?
Clara se estremeció
cuando ella le llamó,
pero él no estaba
ni su calor, ni su aroma, ni nada.
Nunca se oyó más sin razón su voz.
Pensaría que se fue,
se fue como los sueños de mañana,
cuando la luz se cuela en la ventana
y nos haría pensar, que no ocurrió.