Tango
J. González Castillo y C. Castillo
Brillando en las noches del puerto, desierto,
como un viejo faro, la cantina esta,
llamando a las almas que no tienen puerto
porque han olvidado las rutas del mar...
Como el mar, el humo de nieblas la viste,
y envuelta en la gama doliente del gris
parece una tela, muy rara y muy triste,
que hubiera pintado Quinquela Martín...
Rubias mujeres de ojos de estepa,
lobos noruegos de piel azul,
negros grumetes de la Jamaica,
hombres de cobre de Singapur...
Todas las pobres barcas sin rumbo,
que hacia las playas arroja el mar,
bajo los cuatro vientos del mundo
y en la tormenta de una Jazz Band...
Pero hay en las noches de aquella cantina,
como un pincelazo de azul en el gris,
la alegre figura de una ragazzina,
más brava y ardiente que el ron y que el gin...
Más brava cien veces que el mar y que el viento,
porque en toda ella como un fuego son,
el vino de Capri y el sol de Sorrento,
que quema en sus ojos y embriaga en su voz...
Cuando al doliente compás de un tango,
la ragazzina suele cantar,
sacude el alma de la cantina
como una torva racha del mar...
Y es porque saben aquellos lobos,
que hay en el fondo de su canción,
todo el peligro de las borrascas
para la nave del corazón.
J. González Castillo y C. Castillo
Brillando en las noches del puerto, desierto,
como un viejo faro, la cantina esta,
llamando a las almas que no tienen puerto
porque han olvidado las rutas del mar...
Como el mar, el humo de nieblas la viste,
y envuelta en la gama doliente del gris
parece una tela, muy rara y muy triste,
que hubiera pintado Quinquela Martín...
Rubias mujeres de ojos de estepa,
lobos noruegos de piel azul,
negros grumetes de la Jamaica,
hombres de cobre de Singapur...
Todas las pobres barcas sin rumbo,
que hacia las playas arroja el mar,
bajo los cuatro vientos del mundo
y en la tormenta de una Jazz Band...
Pero hay en las noches de aquella cantina,
como un pincelazo de azul en el gris,
la alegre figura de una ragazzina,
más brava y ardiente que el ron y que el gin...
Más brava cien veces que el mar y que el viento,
porque en toda ella como un fuego son,
el vino de Capri y el sol de Sorrento,
que quema en sus ojos y embriaga en su voz...
Cuando al doliente compás de un tango,
la ragazzina suele cantar,
sacude el alma de la cantina
como una torva racha del mar...
Y es porque saben aquellos lobos,
que hay en el fondo de su canción,
todo el peligro de las borrascas
para la nave del corazón.