En una sierra inhumana, nacimos mis dos hermanos y yo. De mamá sólo conocimos la cruz que había sobre su tumba, pero mejor hubiera sido conocer la de papá.
Ahora, ahora os contaré por qué...
Nuestro padre era viejo de pelo blanco que montaba un caballo tordo y recorría las pocas poblaciones que había en los alrededores, disparando a diestro y siniestro sus pistolas, motivo de su locura, para engordar la cifra de cruces en los cementerios.
Noche de luna gitana... Un tablao de aglomerado aguantando sin reproches los taconazos de una bailaora... Al fondo mi padre, jugando a las cartas. Se quedó sin dinero, y preguntó al Gordo:
-- ¡Ey! ¿Aceptas como apuesta las vidas de mis tres churumbelillos? Y con la condición de que yo tenga, hoy pierda o gane, una docena de pistolas nuevas y un carro lleno de munición...
El Gordo dijo sí, con sarcasmo, y mi padre... Ay, mi padre... perdió, claro.
Esa misma noche vinieron a buscarnos dos trabajadores de la haciendo del Gordo. Apestaban a vino... Nos sacaron a empellones de la cama, mi padre disparaba al techo y a los muebles, sin ton ni son, y cada uno de ellos sujetaba a uno de mis hermanos; mi padre a mí. Yo desde el primer
momento supe que aquello era el final, y en el primer descuido que tuvieron salí corriendo por la puerta de atrás. No sabía lo que me esperaba allí fuera, pero no volví la vista atrás... No, no volví la vista atrás...
Durante mucho tiempo anduve vagando por aquella sierra inhumana buscando a mi padre, pero no lo encontré, y poco a poco me fui enterando de lo que ocurrio con mis hermanos en boca de los habitentes de las poblaciones cercanas a la hacienda.
Mi hermana vivía custodiada por dos viejas vestidas de negro, caras de hiena y sonrisa desdentada. Tenía 11 años cuando la sangre la hizo mujer con dulzura. Queria al Gordo que fuera mujer y madre al mismo día. Que toda la hacienda se vistiera de fiesta para tan señalada fecha: Asi que decenas de sirvientes trabajaron sin descanso, poniendo farolillos,
largas cadenas de flores hechas a mano, construyendo largas mesas para el banquete donde habría comida para un par de años y bebida suficiente para emborrachar a un ejército. El Gordo estaba descosido dando órdenes, esperando el momento con impaciencia, cuando le avisaron
de que dentro, todo estaba preparado. Habían llevado las sirvientas a mi hermana a una habitación donde había una cama, hermana gemela del patíbulo. La ataron brazos y piernas con cuerdas y extendieron una alfombra roja desde los pies de la cama a la puerta... Y entró el Gordo... Sudoroso, maloliente...Con botas de barro pisaba fuerte. Desenfundando su puñal y mojándolo en veneno de hijos, EL Gordo se tumbó sobre mi hermana mordiéndola. Mi hermana lloraba y gritaba. Las viejas se besaban con sus lenguas excitando aún más al Gordo, que cada vez que alzaba la cabeza veía sus cuerpos
arrugados chupándose. Mi hermana gemía y gritaba... y el Gordo le clavó su puñal, le clavó se puñal, le clavó su puñal...
Mi hermano, el menor de los tres... Ojos celestes como el cielo de verano... "Ojos celestes como el cielo de verano tiene este niño", cantaba mi abuela mientras le daba el biberón de vino barato y le hacía dormir la siesta meciéndolo en su butaca desvencijada. El Gordo se encaprichó de esos ojos.
MAL ASUNTO.
Mi hermano, el menor de los tres. Ojos celestes como el cielo de verano.
-Ojos celestes como el cielo de verano tiene este niño.
Cantaba mi abuelo cuando le daba el biberon de vino barato y le hacia dormir la siesta en su butaca
El Gordo se encrapicho de esos ojos...mal asunto.
Mi hermano, limpiaba establos, descargaba carros y arrastraba burros cargados hasta la agonía. Servía de bufón a ratos para divertir al Gordo y sus secuaces. Un día, hora del almuerzo, llamó el Gordo a mi hermano a su salón. Le pegó puntapiés hasta hacerlo desmayar. Le echaron agua sus secuaces, reanimándole, y todavia tuvo mi hermano que hacer alguna pirueta, contar un par de chistes y enseñar su pito... y dejar que el Gordo lo tocara... y lo besara... Entonces el Gordo cojio un sacacorchos que había encima de la mesa y le sacó los ojos celestes como el cielo de verano a mi hermano... Y se hizo un collar que colgaba sobre su pecho... bosque de pelo negro.
Aún aquí no había terminado el trabajo de mi hermano, porque llegada la noche tenía que servir a la esposa del Gordo, mientras éste empinaba el codo en cualquier taberna de una población cercana soñando con arruinar familias como la nuestra. La señora en sí no era gran cosa: verrugas con pelos en la cara, surcos de una infección mal curada por todo el cuerpo. Su antepasado l******o la poseía; mi hermano era su nuevo juguete, el nuevo perrito de la niña rica de la hacienda. Así que esa noche acompañaron a mi hermano. Le ayudaban a subir las escaleras hacia el dormitorio de la señora, le abrieron la puerta y allí estaba ella: tumbada, desnuda, sobrexcitada, mirando en éxtasis a la lámpara. En su entrepierna había una montañita de azúcar para que mi hermano la comiera. Y agarrándole de los pelos le decia: mi niño, chúpamelo... chúpamelo, niño
Esa noche mi hermana era mujer y madre apaleada, mi hermano un espantapájaros ciego
ahuyentando cuervos en los sembrados de la Hacienda, mi madre un montón de huesos
comidos por gusanos...
¿Por qué nos cambiaste por pistolas, papá? ¿Eh? ¿Por qué?
Y yo me enfundaré unas botas rojas
y subiré los cuellos de mi abrigo;
pensaré con los días en la boca
y los insultos en el cielo,
caminaré cuatro lunas, o siete, o diez, o veinte o cien...
dejando huellas por si me andas buscando
porque yo a tí sí te busco, papá
para c**plir lo jurado
una venganza
a tres disparos:
uno por mi madre,
otro por mi hermana
y otro por mi hermano,
y después de c**plir lo jurado
quizás mi dedo se vuelva loco
y te llene de plomo,
aunque después me arrastre como
el monstruo que me has hecho
y te chupe los ojos con cariño de ternero
y me azote la espalda,
pero no dejaré,
no dejaré,
no dejaré de preguntarte
hasta que me contestes:
PAPÁ, PAPÁ, ¿POR QUÉ NOS CAMBIASTE POR PISTOLAS?
Ahora, ahora os contaré por qué...
Nuestro padre era viejo de pelo blanco que montaba un caballo tordo y recorría las pocas poblaciones que había en los alrededores, disparando a diestro y siniestro sus pistolas, motivo de su locura, para engordar la cifra de cruces en los cementerios.
Noche de luna gitana... Un tablao de aglomerado aguantando sin reproches los taconazos de una bailaora... Al fondo mi padre, jugando a las cartas. Se quedó sin dinero, y preguntó al Gordo:
-- ¡Ey! ¿Aceptas como apuesta las vidas de mis tres churumbelillos? Y con la condición de que yo tenga, hoy pierda o gane, una docena de pistolas nuevas y un carro lleno de munición...
El Gordo dijo sí, con sarcasmo, y mi padre... Ay, mi padre... perdió, claro.
Esa misma noche vinieron a buscarnos dos trabajadores de la haciendo del Gordo. Apestaban a vino... Nos sacaron a empellones de la cama, mi padre disparaba al techo y a los muebles, sin ton ni son, y cada uno de ellos sujetaba a uno de mis hermanos; mi padre a mí. Yo desde el primer
momento supe que aquello era el final, y en el primer descuido que tuvieron salí corriendo por la puerta de atrás. No sabía lo que me esperaba allí fuera, pero no volví la vista atrás... No, no volví la vista atrás...
Durante mucho tiempo anduve vagando por aquella sierra inhumana buscando a mi padre, pero no lo encontré, y poco a poco me fui enterando de lo que ocurrio con mis hermanos en boca de los habitentes de las poblaciones cercanas a la hacienda.
Mi hermana vivía custodiada por dos viejas vestidas de negro, caras de hiena y sonrisa desdentada. Tenía 11 años cuando la sangre la hizo mujer con dulzura. Queria al Gordo que fuera mujer y madre al mismo día. Que toda la hacienda se vistiera de fiesta para tan señalada fecha: Asi que decenas de sirvientes trabajaron sin descanso, poniendo farolillos,
largas cadenas de flores hechas a mano, construyendo largas mesas para el banquete donde habría comida para un par de años y bebida suficiente para emborrachar a un ejército. El Gordo estaba descosido dando órdenes, esperando el momento con impaciencia, cuando le avisaron
de que dentro, todo estaba preparado. Habían llevado las sirvientas a mi hermana a una habitación donde había una cama, hermana gemela del patíbulo. La ataron brazos y piernas con cuerdas y extendieron una alfombra roja desde los pies de la cama a la puerta... Y entró el Gordo... Sudoroso, maloliente...Con botas de barro pisaba fuerte. Desenfundando su puñal y mojándolo en veneno de hijos, EL Gordo se tumbó sobre mi hermana mordiéndola. Mi hermana lloraba y gritaba. Las viejas se besaban con sus lenguas excitando aún más al Gordo, que cada vez que alzaba la cabeza veía sus cuerpos
arrugados chupándose. Mi hermana gemía y gritaba... y el Gordo le clavó su puñal, le clavó se puñal, le clavó su puñal...
Mi hermano, el menor de los tres... Ojos celestes como el cielo de verano... "Ojos celestes como el cielo de verano tiene este niño", cantaba mi abuela mientras le daba el biberón de vino barato y le hacía dormir la siesta meciéndolo en su butaca desvencijada. El Gordo se encaprichó de esos ojos.
MAL ASUNTO.
Mi hermano, el menor de los tres. Ojos celestes como el cielo de verano.
-Ojos celestes como el cielo de verano tiene este niño.
Cantaba mi abuelo cuando le daba el biberon de vino barato y le hacia dormir la siesta en su butaca
El Gordo se encrapicho de esos ojos...mal asunto.
Mi hermano, limpiaba establos, descargaba carros y arrastraba burros cargados hasta la agonía. Servía de bufón a ratos para divertir al Gordo y sus secuaces. Un día, hora del almuerzo, llamó el Gordo a mi hermano a su salón. Le pegó puntapiés hasta hacerlo desmayar. Le echaron agua sus secuaces, reanimándole, y todavia tuvo mi hermano que hacer alguna pirueta, contar un par de chistes y enseñar su pito... y dejar que el Gordo lo tocara... y lo besara... Entonces el Gordo cojio un sacacorchos que había encima de la mesa y le sacó los ojos celestes como el cielo de verano a mi hermano... Y se hizo un collar que colgaba sobre su pecho... bosque de pelo negro.
Aún aquí no había terminado el trabajo de mi hermano, porque llegada la noche tenía que servir a la esposa del Gordo, mientras éste empinaba el codo en cualquier taberna de una población cercana soñando con arruinar familias como la nuestra. La señora en sí no era gran cosa: verrugas con pelos en la cara, surcos de una infección mal curada por todo el cuerpo. Su antepasado l******o la poseía; mi hermano era su nuevo juguete, el nuevo perrito de la niña rica de la hacienda. Así que esa noche acompañaron a mi hermano. Le ayudaban a subir las escaleras hacia el dormitorio de la señora, le abrieron la puerta y allí estaba ella: tumbada, desnuda, sobrexcitada, mirando en éxtasis a la lámpara. En su entrepierna había una montañita de azúcar para que mi hermano la comiera. Y agarrándole de los pelos le decia: mi niño, chúpamelo... chúpamelo, niño
Esa noche mi hermana era mujer y madre apaleada, mi hermano un espantapájaros ciego
ahuyentando cuervos en los sembrados de la Hacienda, mi madre un montón de huesos
comidos por gusanos...
¿Por qué nos cambiaste por pistolas, papá? ¿Eh? ¿Por qué?
Y yo me enfundaré unas botas rojas
y subiré los cuellos de mi abrigo;
pensaré con los días en la boca
y los insultos en el cielo,
caminaré cuatro lunas, o siete, o diez, o veinte o cien...
dejando huellas por si me andas buscando
porque yo a tí sí te busco, papá
para c**plir lo jurado
una venganza
a tres disparos:
uno por mi madre,
otro por mi hermana
y otro por mi hermano,
y después de c**plir lo jurado
quizás mi dedo se vuelva loco
y te llene de plomo,
aunque después me arrastre como
el monstruo que me has hecho
y te chupe los ojos con cariño de ternero
y me azote la espalda,
pero no dejaré,
no dejaré,
no dejaré de preguntarte
hasta que me contestes:
PAPÁ, PAPÁ, ¿POR QUÉ NOS CAMBIASTE POR PISTOLAS?