(Alberto Cortéz)
Dijo de mí que entibió mi lecho
helado de ausencia vacante y maltrecho.
Dijo de mí que no dije nada
cuando en un impulso
me instaló en su alma.
Pero nunca dijo que buscaba amparo
cuando derrumbada por un desengaño
encontró refugio en mis pobres brazos
y empapó mi pecho con su largo llanto.
Pero nunca dijo que llegó penando
que mis orfandades se fueron poblando
de ilusiones nuevas y de un nuevo canto
que desvanecieron antiguos quebrantos.
Dijo de mí que no la miraba
como si ella fuera poco más que nada.
Dijo de mí que era inconsecuente,
parco y taciturno, cruel e indiferente.
Pero nunca dijo que invadió mi casa
profanando cosas que me son amadas,
mis queridos libros y entre mis marañas
liberando historias que me son amargas.
Por airearlo todo abrió las ventanas
y dejó que huyeran dos o tres infamias,
que mis soledades tenían guardadas
donde nunca nadie pudiera encontrarlas.
Dijo de mí que la malquería
sin tener en cuenta ¡lo que yo sentía!
Nunca creí que me abandonara
como se abandona lo que no se ama.
Cuando abrió la puerta me quedé pasmado
como sin conciencia descorazonado.
La miré a los ojos casi suplicando
y a pesar de todo no tendí mis brazos.
Se alejó en silencio y en aquel espacio
me quedé tan solo como un solitario.
Con el alma rota en cien mil pedazos
me miré al espejo y me vi llorando.
Dijo de mí que entibió mi lecho
helado de ausencia vacante y maltrecho.
Dijo de mí que no dije nada
cuando en un impulso
me instaló en su alma.
Pero nunca dijo que buscaba amparo
cuando derrumbada por un desengaño
encontró refugio en mis pobres brazos
y empapó mi pecho con su largo llanto.
Pero nunca dijo que llegó penando
que mis orfandades se fueron poblando
de ilusiones nuevas y de un nuevo canto
que desvanecieron antiguos quebrantos.
Dijo de mí que no la miraba
como si ella fuera poco más que nada.
Dijo de mí que era inconsecuente,
parco y taciturno, cruel e indiferente.
Pero nunca dijo que invadió mi casa
profanando cosas que me son amadas,
mis queridos libros y entre mis marañas
liberando historias que me son amargas.
Por airearlo todo abrió las ventanas
y dejó que huyeran dos o tres infamias,
que mis soledades tenían guardadas
donde nunca nadie pudiera encontrarlas.
Dijo de mí que la malquería
sin tener en cuenta ¡lo que yo sentía!
Nunca creí que me abandonara
como se abandona lo que no se ama.
Cuando abrió la puerta me quedé pasmado
como sin conciencia descorazonado.
La miré a los ojos casi suplicando
y a pesar de todo no tendí mis brazos.
Se alejó en silencio y en aquel espacio
me quedé tan solo como un solitario.
Con el alma rota en cien mil pedazos
me miré al espejo y me vi llorando.